Hasta tres veces dice que pasan demasiadas cosas y en una ocasión desliza incluso que se siente como en un reality show. El espectador contiene la respiración, temiendo por el castillo de naipes que es el embuste al que asiste, pero nuestro protagonista niega entonces con la cabeza y ríe, incrédulo, en un gesto que repetirá no pocas veces a lo largo de los ocho episodios de Jury Duty (Prime Video) y que todos y cada uno adoptamos continuamente en nuestro día a día, que el ser humano es como mínimo peculiar y lo raro sería que las situaciones que cada dos por tres provoca la convergencia de estas particularidades no resultasen cómicas, incluso absurdas, casi siempre increíbles; especialitos somos todos, solo que algunos lo disimulan mejor.
De ahí que la realidad siempre supere a la ficción, de ahí que si a un tipo lo convocan para formar parte de un jurado popular lleno de bichos raros enseguida descarte que se trate de una broma; cosas más extrañas se han visto. A Ronald tiene que agradecerle este falso documental gran parte de su éxito, porque el blanco del troleo resultó ser un chaval íntegro y generoso, educado, buen compañero y además entrañable: el tiro les podía haber salido por la culata de haber topado con alguien de mecha corta y paciencia escasa. Muchos somos este; pocos, el otro. Al despejar la comedia, una lección: el héroe lo es, sobre todo, cuando nadie le mira.